Comentario
Capítulo XIV
Cómo los españoles querían todos volverse a Panamá, y cómo no pudieron, y Diego de Almagro se partió con los navíos, quedando Pizarro en la isla del Gallo, y de la copla que enviaron al gobernador Pedro de los Ríos
Pasado el río los españoles, no les contentó la tierra que vieron porque era muy cerrada de montaña y muy lluviosa y los ríos llenos de caneyes de indios que bastarían a matar a los que quedasen. Esto fue causa que la costa arriba anduvieron hasta llegar a Tempulla, que llamaron Santiago, donde estaba un río caudaloso. Estuvieron por allí ocho o diez días; tuvieron temor a los indios y salieron con prisa de aquella tierra. Todos los más hablaban mal de Pizarro y Almagro; decían que los tenían cautivos sin los querer dar licencia para salir de entre aquellos manglares; quisieran irse todos. Los capitanes, con buenas palabras los desvelaban de aquello, esforzándolos con la esperanza de lo de adelante. Más tenían sus pláticas por pesadas que por alegres. Con estas cosas volvieron a la bahía de San Mateo, donde tornaron a tratar en qué lugar sería seguro quedar, entretanto que Almagro fuese a Panamá y viniese a los buscar. Después de muchas consideraciones se acordó que el capitán Pizarro quedase en la isla del Gallo hasta que el socorro viniese. Los españoles tornaron los más de ellos a intentar que sería bueno volverse todos y no morir miserablemente adonde aun no tenían lugar sagrado para tener sepultura; y no fueron parte sus importunidades, porque Dios permitió que de aquella vez se descubriese la grandeza del Perú. Almagro se aparejó para se ir, llevando grande aviso de recoger las cartas que fuesen, porque sabían que iban llenas de quejas de su compañero y de él; porque perseveraban en el descubrimiento, se embarcó en el un navío y se partió; en el otro llevaron la gente a la isla del Gallo, donde se habían de quedar, que por todos eran ochenta y tantos españoles, porque ya se habían muerto los demás. Y al cabo de un mes que había que estaban en la isla del Gallo, el capitán Pizarro determinó que el otro navío fuese a Panamá, yendo en él el veedor Carbayuelo, para que se adobase y viniese con el que llevó Almagro. Y como los españoles anduviesen con tan mala gana, afirman que escribieron algunos de ellos cartas al gobernador Pedro de los Ríos, suplicándole quisiese libertarlos de la cautividad en que andaban; no embargante que Francisco Pizarro procuraba que no fuesen cartas, fueron algunas; y dicen que habiendo doña Catalina de Sayavedra, mujer del gobernador, enviado a pedir algunos ovillos de algodón hilado, porque le informaron que había en aquellas tierras mucho, que un español envió dentro de un ovillo una copla que decía:
¡Ah, señor gobernador: miradlo bien por entero,
allá va el recogedor y acá queda el carnicero!
Aunque también cuentan otros que esta copla fue en el navío donde iba Almagro, entre otras que fueron para el gobernador. También fue en el navío de Almagro un español llamado Lobato, enviado de la gente para que procurase como fuesen puestos en libertad para salir de entre aquellos manglares; y éste pudo salir, por ser amigo de Almagro, que de otra manera no fuera. Partidos los navíos, como se ha dicho, y quedando en la isla del Gallo Francisco Pizarro con los españoles, los indios isleños no quisieron tales vecinos y tuvieron por mejor dejarles sus casas y tierra que no estar entre ellos, y pasáronse a la tierra firme, querellándose de aquellos advenedizos; lo cual decían por los españoles. Bastimento no había mucho en la isla; agua caía tanta de los cielos que ordinariamente llovía lo más del tiempo, con andar la espesura de los nublados entre las nubes y la región del aire. El sol daba poca claridad y no veían en el cielo aquella serenidad con que los hombres se confortan y alegran, sino oscuridad y ruido de truenos con gran resplandor de ralámpagos. Los mosquitos críanse abundantemente con estas cosas, y como los naturales faltasen, cargaban todos sobre los tristes hombres que solos en la isla habían quedado; y muchos andaban medio desnudos y sin tener con que se cubrir, y como anduviesen mojados y por entre aquellas montañas y malos caminos, murieron parte de ellos; porque sin todas estas penalidades morían ya de hambre y casi no hallaban que comer. Y con razón se dijo por algunos "la muerte ser fin de los males" cierto; en algunos tiempos he pasado yo tal vida en semejantes descubrimientos, que la he deseado; y lo que éstos pasaban considérenla los leyentes, aunque uno es sentir y otro es decir. Visto por Francisco Pizarro la necesidad que tenían de comida, platicó con sus compañeros sobre que sería acertado hacer un barco para pasar a buscar maíz a la tierra firme. Como a todos conviniese, luego se puso por obra, y aunque se pasó trabajo grande en lo hacer, se acabó; y pasaron algunos españoles a la tierra firme y volvieron con él cargado de maíz, con que todos se sostuvieron algunos días.